24/09/2011
Déjame que te comente lo que dura un día sin ti. No son 24 horas. Ni 1.440 minutos. No es algo eterno. Pero tampoco algo placentero. Sigo con mi vida y tú con la tuya pero para ambos es algo que forma parte de nosotros desde hace años.
Son las cinco veces que cojo el móvil, instintivamente, para asegurarme de que no me has escrito o llamado.
Son las nueve veces que tu nombre ronda por mi cabeza. Aparece de forma automática, está ahí un rato, asomándose, si le parece correcto saluda y luego se va, igual de traidor que como llegó.
Es cuando me monto en el autobús, escuchando música en aleatorio y sale esa canción. Nunca lo hablamos pero los dos sabemos que fue nuestra canción. La letra no tiene ningún sentido pero nos encantaba escucharla juntos, con los ojos cerrados. Porque así es como se escucha una buena canción.
Son las tres veces que me quedo helada y sin saber qué hacer porque confundo a un extraño de espaldas contigo.
Es el momento que alguien me escribe con noticias de ti. Se creen que las necesito, que me vienen bien. Pero no, ya pactamos los dos que era mejor no saber nada. Aunque tú tienes momentos de debilidad.
Son el puñado de veces que me invento escenarios y resultados paralelos. Ya sabes, soy mucho de analizar la situación, los actos y sus consecuencias. Hasta que llego a la conclusión de siempre, pasó así porque tenía que pasar así.
Son las cuatro veces que me escribe alguna amiga preguntándome que qué tal el día. Yo siempre digo que bien porque es verdad pero me gustaría poder contarles lo que realmente pasó. Eso, la verdad.
Es el momento que me voy a dormir, contenta por haber aguantado el tipo un día más pero decepcionada al no ver tu nombre en la pantalla. Porque el pacto está para respetarlo pero me gusta cuando te rebelas y te olvidas de él.
24/09/2013
Déjame que te comente lo que dura un día sin ti.
Son siete minutos de café y una tostada por la mañana, la mejor comida del día.
Son 42 segundos de salir corriendo de casa porque para variar pierdo el autobús.
Es un no parar en toda la mañana y un “no puedo más con mi alma” por la tarde. Horas, minutos, segundos.
Es una hora de deporte, que oye, ya me cuido.
Es 22 minutos de viaje de vuelta a casa. O 40 más o menos si vuelvo andando. Según se tercie.
Es media hora de cena en familia, contándonos el día. Unos quejándose de las clases, otros del trabajo y otros porque le han cogido el gusto sin más.
Es un momento de acordarme que hace semanas que no sé de ti. Qué bien. Por fin lo pillas.
Son 55 minutos de Los Soprano. Solo que me altera como una niña pequeña y tardo el doble en dormirme pero encuentro cierto placer en ello.
Es el rato que me meto en la cama, voy a poner la alarma y esta vez sí que veo tu nombre en la pantalla. “¿Qué tal el día, guapetona?”. Lo bueno de las malas costumbres es que nunca se pierden.
Y cuanto peor sea la costumbre, menos ganas tienes de deshacerte de ella.
And goodbye.
-Z.
Lindas imágenes, pero luego se desordena. Igual me gustó mucho, esas cosas pasan.
Es el paso del tiempo, que la vida de ella no gira entorno a la de él, pero que él la sigue escribiendo y a ella, inevitablemente, le gusta
🙂
Órale, pues sí. Uno tarda en dejar ciertas cosas.
Me he enamorado de tu blog.
Nunca dejes de escribir, yo estaré ahí para leerte 🙂
Muchas gracias! Aquí seguiré un buen rato.
Saludos,
-Z.