No lo encontré en ningún libro, ni en un artículo de revista cutre, ni en ninguna película por muy profunda que fuese. De la vida aprendí viviéndola, arriesgándome. Solo hay un par de cosas seguras: que viviré unos años, que tendré buenos y malos momentos y que al final moriré. Pero vamos que no te he descubierto nada nuevo con eso.
Lo que sé de la vida lo aprendí a base de conversación, en los mejores momentos con café o ginebra de por medio. Las experiencias no sirven de nada si luego no se reflexiona porque es precisamente eso lo que nos hace mejorar y no volver a cometer el mismo error. Que vivir a lo loco a los quince está genial pero a partir de cierta edad resulta triste.
Lo primero que aprendí, de muy pequeña ya, es hasta donde llega el amor de unos padres. Da igual lo que hagas, digas o pienses. Da igual la cantidad de veces que pongas a prueba hasta dónde llegan sus límites. Da igual el daño que les hagas porque para ellos cualquier error descomunal es insignificante al lado de la más pequeña de las alegrías. Lo malo es que no supe a apreciar esto hasta que fui bastante más mayor. Nunca hay que olvidar que, con ese apoyo tan desinteresado e infinito, cualquier cosa es posible. Muchas de las cosas que he hecho han sido gracias a eso.
También vi que el control que tienes sobre las cosas que te pasan es mínimo tirando a nulo. El factor suerte existe. Es una realidad. Algunos nacen con él, otros no. Pero eso no significa que unos hayan nacido para ser grandes y otros para vivir en la sombra de los primeros. Tan sólo es que algunos tienen que trabajárselo un poco más. Una vez leí que “la vida no consiste en tener buenas cartas, sino en jugar bien las que uno tiene”.
Cuando entré en la adolescencia aprendí, de una forma no demasiado agradable, que el que no corre, vuela. Las prisas siempre se dice que no son buenas, pero el que se queda quieto parado sí que no se lleva nada. Hay que tener inquietudes y, más que nada, aspiraciones porque si no se vive de forma monótona, en estado vegetal, y mueres igual que naces. Cuando hice este descubrimiento, me prometí a mí misma que cuando llegase a los 80 y mirase atrás, no pudiese evitar sonreír al acordarme de todo lo que había vivido.
También aprendí que sólo hay dos tipos de personas en esta vida: a las que les importas y a las que no. Así de fácil. El primer grupo suelen ser un 5% de la gente a la que conoces. Lo que no aprendí hasta más tarde es qué hacer con el 95% restante. Como dice una gran amiga mía de ese pequeño grupito, no nos queda otra que llevarnos con gente absurda porque si no estaríamos solos la mayoría del día. Y cuánta razón tiene. Para mí esto sólo hace que quiera a ese 5% un poco más.
En la universidad supe que las oportunidades según llegan se cogen o no, pero jamás esperes que lleguen por segunda vez porque nunca serán igual que la primera, por mucho que nos queramos engañar. Que los que prometen hasta el oro y el moro suelen ser los que menos tienen que dar. Con esos cretinos, piensa mal y acertarás.
Con mi primer amor aprendí que no hay mejor sensación que enamorarse. Merece la pena incluso todo el dolor de la ruptura tan solo por haber vivido esa felicidad. Pero también aprendí que los consejos de las madres hay que seguirlos a pies juntillas. Hay que hacerles mucho caso. Con eso aprendí que el que te quiera alguien no es suficiente. Hay muchos factores más.
Al acabar la carrera descubrí que tú eres tú y tus circunstancias. Tú y tus problemas. Tú y tus soluciones para ellos. No hay que dar por hecho que alguien va a venir a solucionártelos. No. Quizás tengas la suerte de que alguien se ofrezca pero no es lo normal. Cada uno tiene que tirar de su propio carro y que no hay mayor satisfacción que poder decir “misión cumplida”.
Pero lo más importante de todo lo aprendí hace poco: necesitas un ancla, una raíz, algo a lo que volver cuando las cosas vayan mal. Algo que te mantenga firme y te ayude a pasar el mal trago. Algo que te mantenga cuerdo. Yo no encontré al mío hasta hace pocos meses pero, amigo mío, más vale tarde que nunca. Desde que le encontré, he sido mucho más feliz.
Y yo tan solo deseo que encuentres tú el tuyo.
-Z.