El plan B

Nos dejamos por el camino. Sacrificamos grandes sueños a cambio de lo aceptable. Nos quedamos con la opción fácil, por falta de fuerzas o, peor aún, falta de ganas. Olvidamos que quien no arriesga, nunca gana, y que para poder querer al de enfrente, hay que empezar por quererse a uno mismo. Dejamos que la vida pase y pase y cada 31 de diciembre proponemos el gran cambio que el 4 de enero acaba caducando. Nos desvivimos y nos desgastamos. Posponemos. Retrasamos. Olvidamos.

Y al final nos convertimos en nuestro propio plan B.

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A todos nos llega un momento en el que podemos elegir ser de los que viven o de los que dejan el tiempo pasar. Y a mí me han abierto los ojos de par en par. Me han demostrado que la vida son dos días y uno te lo pasas trabajando. Que hay cosas que se tienen que acabar para que otras nuevas puedan empezar. Que más vale disfrutar porque el viaje es solo de ida. Que cometer errores es humano y no hay que castigarse de más. Que hay que olvidarse de los que nos hicieron daño porque, créeme, acabarán poniéndoles en su lugar. Y que, sobre todo, los malos sentimientos tienen que ser cosa de otros.

Que los que te quieren para siempre, siempre estarán. Condición necesaria y suficiente. Que hay que levantarse con unas pocas ganas de comerse el mundo para evitar que todo se vuelva gris. Y si llegas al punto de aburrirte, replantéatelo todo porque seguramente no esté compensando.

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Que cuando empezamos a llorar más de la cuenta, toca celebrar. Celebrar aquellos que están y aquellos que ya no estarán. La cuestión está en que cada uno de nosotros somos el conjunto de las personas que han estado en nuestra vida. Así que quiere a cada uno de ellos y recuérdales, a tu manera. Recuerda que la gente puede sorprender y mucho y verás que los que crees que se han olvidado de ti aparecen para alegrarte un viernes cualquiera. Comparte con los que importan y deshazte de los que no. No te compliques. Y quédate con los que inspiran, esos que sin despegar los labios nos enseñan las mayores lecciones, porque son los que merecen la pena.

Cuando te quedes sin ánimos de seguir peleando, recuerda que lo que fácil viene fácil se va. Hay que luchar y duro. Y gritar ayuda, hazme caso. Disfruta de los pequeños lujos porque su suma es muy grande. Despertarte en la playa con tus amigos, aprender a conducir con tu primo o jugar a las cartas con tu padre a simple vista pueden no parecer mucho pero te aseguro que, con el tiempo, acabarán siéndolo todo.

Y ahora toca poner un pie delante del otro y mirar al frente. No hay que creer en los finales tristes. Todo es cuestión de perspectiva.

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– Z

Para Sergio, siempre te echaremos de menos.

Fotografías: Anónimo, James Dean, Anónimo.

Después del final

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Hace unos días vi esta foto y no pude estar más de acuerdo con Hemingway. Me hizo ver que hacía mucho que no escribía sobre este tema: sobre lo que realmente duele. He repetido por aquí más de una vez que escribir es terapia personal y gratuita. De la que te ayuda a resolver los problemas de ahí fuera, que la mayoría del tiempo en realidad son cuestiones que tienes sin resolver contigo mismo. No nos damos cuenta y somos así de humanos  orgullosos a veces.

Así que pensé que era hora de ponerme manos a la obra con la tarea de desahogarme y fui directa al grano: me pregunté qué es lo que más me pudo doler de toda mi vida. Y curiosamente lo primero que se me vino a la mente fuiste tú. Tú, sinónimo de dolor, penas y angustia durante tanta eternidad, experto de primera clase en el tema de defraudar con un buen máster en engañar y demasiada experiencia en decepcionar. Han pasado años ya. Muchas cosas han ido y venido en ese tiempo. Y sin embargo tú, junto con el intento de unir distintos imposibles, es siempre lo peor que recuerdo.

Al pensar en ti, me quedé quieta, callada, conteniendo la respiración y esperando a que llegase esa avalancha de dolor que solía acompañar algún cruce descarado y sin autorización previa de tu nombre por mi mente.

Tic tac.

Esperé un poco más.

Tic tac.

Y más.

Tic tac.

Verás, es que era curioso, no llegaba el dolor. Ahí no llegaba nada de nada. Mi mente estaba tan en blanco como la hoja que me había dispuesto a llenar con algo que tuviese una mínima sustancia.

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Pensé que debía ir más a fondo, así que abrí el cajón veneno de los recuerdos. De par en par. Una caricia. Una mentira. Un beso. Una pelea. Una sonrisa. Un engaño. Fotogramas de un segundo. Uno tras otro, a todo color y alta resolución, un flujo ininterrumpido. Como una película de terror. Y seguía sin sentir nada.

Desesperada, decidí intentarlo por última vez, a ver si me quedaba un último ápice de semtimiento por sacar y, por si las moscas, le di con toda la palma de la mano al botón rojo, ese que se supone que nunca hay que pulsar. Te imaginé ahora, con una vida sin mí. Una rutina sin mí. Un hacerse mayor y aprender sin mí. Una felicidad sin mí. Todo sin mí. Y seguí tan tranquila como si estuviese viendo las nubes pasar.

No puede ser, pensé, no puede ser que lo que ha sido mi mayor fuente de desesperación, y por ende de inspiración, ya no me produzca ni el más mínimo cosquilleo. Nada. Me frusté porque ya no me servías ni para escribir. Y me enfadé, porque después de todo lo que había aguantado, sufrido, confiado en falso, tragado, perdonado en vano, soportado, inserte cualquier otro sinónimo aquí, lo mínimo que me merecía era poder relatarlo para desahogarme a mi manera, anónima y extremadamente efectiva. Pero es que, ya puestos, ni eso me pudiste garantizar. Otra injusticia más de las tuyas.

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Que después de todo lo luchado por recibir la más mínima aprobación tuya, ya no podía ni recordar la sensación de felicidad de cuando la conseguía.

Que después de soportar todos los doblesentidos, triplesentidos ya que estamos, y sinsentidos, se me había hasta olvidado lo que sentía cuando me acariciabas el brazo y notaba como todos los pelos, uno a uno, se erizaban.

Que después de pactar y aceptar tu partida de un solo jugador, que todos menos yo inevitablemente veían que iba a perder, tu apodo cariñoso para mí había desaparecido de mi mente y los imposibles resultaron ser demasiado grandes.

Que después de aguantar las palabras que se las llevaba el viento y los ojos que iban al suelo, los recuerdos de esas tardes de verano ya no existen en los rincones de mi memoria.

Que después de jugarme el cuello una vez tras otra y aceptar todos los inmerecidos, ya no seguías aquí, aunque en realidad la última vez sólo te quise aquí por orgullo y por eso de tener la última palabra.

Que se puede decir que te olvidé, que te desdibujé permanentemente de una vez por todas, que lo conseguí, que asumí que no había sitio para los dos.

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Pero no del todo, nunca del todo, porque al percatarme de cómo había cambiado, de lo feliz que era ya, vi que todo lo había conseguido por la mayor lección que tú me enseñaste: no merece la pena aguantar injusticias a esos niveles por alguien porque esa persona se acabará yendo y, además de sufrir, que ya es poco agradable, te quedará el trabajo de superarlo, que ya cuenta con un nivel de dificultad extrema. Y después de todo eso, no quedará ni un mísero recuerdo bueno para meter al baúl. No te quedará nada de lo que fue, ni la cáscara. No quedarán ni los restos del polvo que salen al rascar de una memoria cualquiera, porque la mente es así de traicionera: deja que sufras para que luego con el paso del tiempo ni te permita quedarte con un solo recuerdo, y muchísimo menos los buenos, para que cuando te preguntes por enésima vez consecutiva por qué pasaste por todo eso, puedas decir “ah amigo, mereció la pena porque…”. Sólo tendrás la sensación de haber sufrido el mayor delirio de tu vida.

Porque como dicen unos, «el tiempo es un homicida cruel».

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Gracias, querido Hemingway, gracias.

– Z

El primer día del resto de mi vida

Recuerdo que hacía frío y que era ya de noche. Me acuerdo la sensación de pereza, de no querer ir a esa cena, de que yo estaba muy a gusto en ese bar, con una copa en la mano y las ganas de bailar en la otra, y lo último en mi lista era ponerme seria para ir a un restaurante. Hoy doy gracias por pensar en ese momento que la gente que cancela en el último momento es detestable. Por eso cogí el abrigo y fui a la dichosa cena. Llegué al restaurante tarde pero aun así era la primera de todos. Si no recuerdo mal, era el comienzo de mi etapa de obsesión con el vino así que me pedí una copa, para amenizar la espera. Podría contarte mil detalles más de esa noche pero hay uno que sé que jamás se me olvidará: el momento en el que vi que tú me miraste. Y ahí lo supe. Tú ya me entiendes.

Se me hace gracioso pensar que durante años nos relacionábamos a base de “holas seguidos”, esos en los que te encuentras a alguien en el pasillo, saludas brevemente y sigues andando porque en realidad nunca te llegaste ni a parar. Y una noche de diciembre, sin aviso previo, después de años sin contacto alguno, nos re-conocimos.

Y lo demás ya quedó entre tú y yo.

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Porque a partir de ese día por primera vez el contador sumó en positivo. Por primera vez las cuentas salían. Por primera vez no era ciencia ficción, sino realidad. Por primera vez supe que podía arrancar y que me podía embalar, olvidándome de los frenos y divirtiéndome, no con la brisa, sino con un huracán en la cara a mil por hora.

Es que entraban ganas de irse a cualquier otra parte, con tal de que fuese única y exclusivamente contigo. La idea era firmar un contrato de ausencia indefinida y desaparecer del mapa. Y por el camino convertirnos en el mejor equipo de dos que jamás hubiese existido. Porque no, necesitábamos a nadie más. Porque sí, era una superación de expectativas constante.

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Esa sensación de haber encontrado el “punto y final” no era pura corazonada, sino es que simple y llanamente ya no había sitio para más puntos. Todo lo habías llenado tú.

Hay veces que después de tantas decepciones has enterrado ese sentimiento tan profundamente que se encuentra casi en el centro más oscuro de tu ser, y en teoría es imposible que salga algo nuevo. Digo teóricamente porque si resulta que se entierra en un buen suelo, dará lugar, en el momento justo, a que crezca algo genial. Algo que supere a todo lo anterior con tal magnitud que será imposible comparar porque eso sí que es jugar en primera división y todo los demás simples partidos de aficionados de domingo por la mañana. Get ready to get your mind blown.

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Bienvenido a mi lista de obsesiones, de seres permanentes y triunfos inminentes.

El día que te sentaste en la mesa de ese restaurante fue el momento en el que empecé a desempolvar palabras y reinventarlas, dándoles un nuevo significado. “Ir a cenar” ya no era comer con cualquiera sino experimentar el mayor de los subidones contigo. Los “nervios” no eran algo que se experimentaba antes de un examen o una entrevista, sino los veinte elefantes, que no mariposas, que se materializaban en mi estómago cuando te veía. Y la “ginebra” no era ese vaso que tenía el don de convertir la noche en prometedora, sino el recuerdo del sabor de nuestro primer beso.

Contigo aprendí que a veces los mejores momentos de nuestras vidas son aquellos que transcurren en silencio. Que las palabras suelen sobrar. Y las formas también.

A tu lado todo me sabía a poco, “más” nunca era suficiente y “ya” llegaba media hora tarde.

¿Y qué decirte que no hubieses intuido ya? Hacía ya tiempo que te había entregado el mapa de mi alma. Que eras mi presente y no había día sin ti. Ni hora ni minuto, para qué engañarse. Hacías que eso de la telepatía, la conexión, la chispa fuesen cosa del día a día. E, irremediablemente, sólo siendo tú, conseguiste que te quisiera de una forma inexplicable y ya no existía palabra en el vocabulario español capaz de describir lo que eras para mí.

Había veces que intentaba que no me gustases, y sólo sentía más. Me encantabas y me encantaba que me encantases. La mejor sensación era la de tenerte muy cerca y pensar que sería genial que algún día estuviésemos tan pegados hasta el punto de fusionarnos. Me enamoraba tu sonrisa, tan especial, tan para mí. Tu sello de identidad. Me gustaba cuando nuestros ojos se fijaban y, sin haber abierto la boca, nos lo habíamos dicho todo. Me encantabas incluso con barba, que fíjate que la odiaba porque me lijaba la cara. Me encantabas aquí y allá, lejos y cerca, pero cuanto más cerquita mejor.

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Y te hablo en pasado porque es que hoy describir el ir a cenar contigo como un subidón se queda corto, los veinte elefantes son ahora ochenta, nuestro equipo se está perfeccionando y el momento de irnos a cualquier otra parte de forma indefininda se aproxima, los besos no tienen uno sino un millón de sabores y recuerdos, la primera división se nos quedó pequeña hace mucho, ese «punto y final» ocupa todo el horizonte, el huracán ya ni lo noto porque esto lo superó hace bastante tiempo y los «holas seguidos» se han transformado en un gran «me quedo«.

– Z

Punto y aparte

Vivir no es sólo existir,
sino existir y crear,
saber gozar y sufrir
y no dormir sin soñar.
Descansar, es empezar a morir.

– G. Marañón

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Oigo a la gente quejarse con demasiada frecuencia de una lista interminable de cosas en la vida. Para mí, quejarse es sinónimo de que no hacen nada por mejorar, ya sea su situación personal, emocional o estructural. Tiempo que podrían invertir en dejar todo aquello que les repatea para dedicarse a lo que le llena, aunque sea mínimamente, y no lo hacen, es tiempo perdido. 

Punto y aparte.

Ser infeliz es una decisión que algunos toman en cierto momento de sus vidas. Os voy a contar un secreto, tan antiguo que se nos ha olvidado y que aunque es a voces, muy pocos hacen caso: puedes cambiarlo todo cuando quieras. Sólo tienes que atreverte y pegar el salto. El mejor regalo que nos han dado es el tiempo pero precisamente no es el más abundante. Tiene la tendencia de escurrirse entre los dedos, sin que te percates de ello.

¿Que con el trabajo de tus sueños no llegarías a fin de mes y por eso te dedicas a algo que aborreces pero que tiene mejor remuneración? La felicidad no se consigue ni se conseguirá jamás con dinero, así que replantéatelo. Ponte una meta y llega a ella. Fuera las dudas. Fuera la inseguridad.

¿Que resulta que estás harto de la ciudad, de la gente que te rodea, de que nada te llene? Haz la maleta antes de que te conviertas en una máquina y te dé hasta miedo salir de la rutina que tanto odiabas y descubrir qué hay más allá.

¿Que resulta que crees haber conocido a la chica de tu vida? Ve a por ella porque puede ser que te levantes dentro de diez años y te odies a ti mismo, sabiendo que otro, que se está levantando también en ese instante, sea el que esté casado con la que debería de haber sido tu mujer.

Punto y aparte.

Hablemos del destino. ¿Existe? A mí me gusta pensar que sí pero es que no es algo que llega fácil, tenemos que salir ahí fuera y agarrarlo. No vale esperarlo. No vale dejar pasar las oportunidades. No vale la vaguería.

Comentemos eso de la suerte. ¿Es verdad que unos tienen más que otros? Es difícil de admitir pero la respuesta es un «sí» rotundo. Pero pase lo que pase, no es excusa para patalear como un niño y no intentar solucionar las complicaciones que nos lanzan. Complicaciones que tienen el arte de llegar siempre en el peor de los momentos.

Y finalmente, discutamos sobre lo que está tan en boca de todos pero practicado por muy pocos: justicia. ¿Es real? Yo veo que cada vez es un término más abstracto tirando a etéreo. Sin embargo, nos podrán quitar todo, absolutamente todo, menos lo más importante: cómo decidamos tomarnos esa situación. Y si en eso eres más fuerte que ellos, será la mayor de tus victorias.

No digo que aquí todo es aceptable, que hay que pasar y dejar al de al lado plantado con un simple beso en la mejilla acompañado de un sonoro au revoir y no mirar atrás. El que viva acorde con el concepto no tomorrow está muy equivocado. Precisamente porque sí hay mañana tienes que dejarte la piel hoy. Sólo repito una cosa que se nos olvida con demasiada frecuencia: la historia de tu vida la escribes tú solito y únicamente tú eres el que tiene el poder de convertirla en uno de los mejores libros que hayan existido, en un clásico, o por el contrario en papel que utilice alguien para alimentar el fuego de la barbacoa.

Punto y aparte.

No voy a asentarme con eso de “de casa al trabajo y del trabajo a casa”. Sé que no siempre puedes dedicarte a lo que quieres y las circunstancias son lo que son, además suele venir bien una dosis de realismo, pero hay que aspirar a encontrar lo que de verdad nos apasiona.

No voy a conformarme con un amor líquido, como decía Bauman. Los amores de supermercado, esos en los que coges lo que te apetece rápidamente y al día siguiente decides cambiar de marca, están demasiado difundidos y aceptados hoy en día.

No voy a ser feliz si vivo la vida que otros han pensado para mí. Desde pequeños nos encauzan por el camino que aquellos más adultos piensan que nos conviene seguir pero nos hacemos mayores, evolucionamos, y resulta que se nos queda pequeño ese caminito de piedras. Queremos movernos en una autopista de cuatro carriles a la velocidad límite.

No voy a dejar de creer en mí misma y en mis ilusiones, porque si no lo hago ni yo, ¿quién lo va a hacer? Y si fracasas, no pasa nada, porque seguro que has aprendido algo nuevo. Como dijo Edison, “no fracasé, sólo descubrí 999 maneras de como no hacer una bombilla.” Y así, sin darte cuenta, te has convertido en tu versión 2.0.

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Este es mi credo personal.

Mi “manifiesto desastre”.

Mi declaración de intenciones.

Todos somos raros a nuestra manera y eso precisamente es lo que nos hace únicos: las cosas por las que somos negro o blanco, pero no gris. Nunca gris.

Llamadme ilusa, inmadura, lo que se os venga a la cabeza. Me da absolutamente igual porque conozco a un par de personas que vivieron así y cuando llegó la hora de la última despedida, se fueron con una sonrisa de oreja a oreja y ninguno se arrepintió de nada.

Solo espero que a mí me pase lo mismo.

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Punto y final.

–  Z

Fotos de Hawaiian Coconut