De los de siempre

Quiero uno que merezca la pena.
Quiero uno sin rebotes. Sin horarios limitados. Ni tiempos de descanso,  ni silencios recargados.
Quiero uno que cale hondo, irrompible, que no se note al respirar.
Quiero uno que sea duradero y verdadero. A partes iguales.
Quiero un amor de los de siempre.

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Quiero uno para toda la vida, para dar la vuelta al mundo, que no tenga fecha de caducidad ni que venga con garantía porque se espera que se estropee. Pido lo básico: que me quieras en mis mejores y peores momentos porque yo estoy dispuesta a quererte en todos y cada uno de ellos. Quiero que me rompas la monotonía de la rutina con una simple llamada. Y que también me rompas mis esquemas. Quiero ser como esa pareja que celebra sus bodas de oro a lo grande. Pero ya no es tan fácil como antes. Ahora es lo temporal lo que gusta y el dejar de luchar cuando no conviene. Rendirse, porque es fácil. Llámame anticuada pero quiero un amor de los que ya no está de moda.

Quiero un amor de esos en los que si salto yo, saltas tú, porque así por lo menos caemos juntos. Quiero un amor para pasearme por la vida, siempre de la mano. Quiero un amor en el que los dos nos transformamos en una persona. Quiero uno en el que hago cosas que no me gustan porque a ti te hacen feliz. Y que a la primera persona a la que llame para contarle la noticia de mi vida seas tú. Quiero que me dejes el último bocadito del postre y yo despertarte con tu canción favorita. Y quiero conocer todas y cada una de tus manías y rarezas. Quiero un amor que se siente de forma inconsciente, debajo de la piel, eléctrico. Quiero mirarte a los ojos y morir.

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Quiero dejarme de suspensos.
De caminos cruzados y equivocados.
De fichar salidas y entradas.
De tiempos finitos y atajos.

Quiero que para mí no exista otra cosa que no seas tú y que para ti no exista otra cosa que no sea yo. Quiero que vengas para quedarte. Y que no haya forma de echarte. Quiero que nuestras despedidas siempre sean difíciles pero sin preocupaciones. Quiero dar las gracias todos los días porque tú me has elegido a mí. Y quiero que seamos capaces de reírnos en los momentos más serios. Quiero uno en el que, si discutimos, que sea por cosas nuevas y no los reproches del pasado. Quiero que compartas mi vocabulario, palabras que hoy ya no se oyen demasiado: confianza, prioridad y respeto. Quiero luz y aire limpio.

Quiero que “andemos sin buscarnos pero sabiendo que andamos para encontrarnos”. Quiero dar contigo cuando realmente esté preparada para agarrarte y no dejarte nunca ir. Quiero una historia de las grandes donde no haya hueco para pequeñeces y jugármela a un todo o nada sabiendo que la casa siempre gana. Quiero que sepas quererte y así poder quererme a mí.

Quiero que nunca me faltes. Quiero un amor indisoluble. Que me entiendas sin despegar los labios. Y que yo sepa leer tus silencios. Quiero conocer cada uno de tus gestos por haberlos visto repetidos una y otra vez.

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Quiero nuestra casa.
Nuestras costumbres.
Nuestra vida.

Quiero estar donde tú te encuentres. Y que siempre me busques en una habitación llena de gente. Quiero que la vida dé muchas vueltas y que cada una que tachemos en el calendario sea juntos. Y quiero que cada una de esas vueltas que nos den la vida.

– Z

 

 

Fotografía: Francis Miller, Anónimo, Anónimo

Por un arrebato de sinceridad

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Por ti y por mí. Por el pasado inevitable y por el futuro ineludible. Por saber siempre por dónde van los tiros. Por lo nuestro, que espero que algún día sea más grande que todo lo demás. Y, si no es así, que al menos sirva para escribir una buena historia. Por eso de irte sin aviso y volver sin anunciarte. Por tus mil maneras de mentir y mis cien formas de pillarte. Por las noches sin dormir y los días sin respirar. Por nuestros juegos sin fin, mezclando partidas, y al final sin saber si íbamos o veníamos. Por dejar que pase lo que tenga que pasar. Por quedarnos con la vista en el cielo y olvidarnos de los pies en la tierra. Por tu manera de hacer que las pequeñas cosas lo sean todo. Y por que cuando te dispones a hacer algo grande, lo haces con todas sus letras.

Por perseguirme infinitamente hasta mi portal. Por escaparme todas las noches por la ventana de tu casa. Por las tardes sin bajar del autobús intentando rascar al día unas horas más y por todos esos restaurantes que no probaremos. Por los viajes clandestinos en moto. Por los fines de semana de incógnito por media geografía europea. Por echar la vista atrás y concluir que fui yo la cobarde. Por tener la jodida razón. Por ese  tortazo que te di. Por ese beso que me devolviste. Por cada copa de más y cada café de menos. Por ser más que un sábado por la noche y cualquier abrazo frío. Por darme la mano cuando más lo necesité. Por no poder echarnos nada en cara. Por tus advertencias ignoradas y súplicas enmascaradas. Por mis gritos al vacío y carreras tropezadas. Por aquella mañana de desayuno de tres horas convertido en comida. Y por aquella tarde cortada en un banco.

Por los días que no confías en mí, te diré que estás en lo correcto. Por jugártela. Por mis gritos de “ven sin hacer ruido”. Por todas las cartas escritas que espero que estén perdidas. Por todas las veces que no contestaste. Por los recuerdos resucitados cada vez que pienso en ti. Por catapultarme hacia algo mejor. Por esa canción, sabes a cual me refiero, I fell into a burnin’ ring of fire. Por los pelos de punta, los ojos al cielo y los latidos acelerados. Los repetiría una vez más. Por cada tiro a quemarropa que te merecías. Por cada tiro a bocajarro que me busqué. Por no leer todo lo que escribo (y esta vez no hagas una excepción). Por todos los intentos de despedida y todos los secretos guardados. Por tu carcajada quebrada y tu mirada revuelta. Por mis vestidos negros y tu forma de quitármelos. Por las veces que te hago elegir. Y, sobre todo, por tus elecciones.

Por cómo lo dejas, en presente. Por la manera en la que te rindes, hecho y derecho, que hasta en eso tengo que reconocer que tienes elegancia. Por la persona en la que creo que te has convertido después de todo este tiempo. Por poner un mar de por medio y contarlo en centímetros. Y sobre todo por saber ser el más fuerte de los dos.

Por todo eso y por muchas cosas que no confesaré jamás, de una forma un tanto inexplicable, quiero decirte que siempre me tendrás.

– Z

Fotografía: Anna Karina y Jean-Luc Godard

No hay segundas vueltas

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Todos conocemos el gran secreto pero muy pocos lo llegan a interiorizar: escucharte a ti mismo es la clave para dormir por las noches. Además, nacemos con la mejor máquina de consejos a prueba de errores instalada en nuestra cabeza, gratis y con licencia ilimitada, y nos empeñamos en callarla. Dejamos que el sexto sentido, el más útil de todos, que siempre va tres pasos por delante, coja polvo. Nos mandamos a nosotros mismos mensajes subliminales de alerta y los ignoramos. Dejamos que nos dejen de lado y nos dejamos a nosotros mismos por el camino. Permitimos lo impermisible. Y es que, en frío, todo esto me resulta inalcanzable.

Así que utilizo unas palabras reivindicativas para gritar a todos los que estén en duda que paren dos segundos, más no se necesitan, y escuchen a esa voz porque te puede cambiar la vida.

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Que nadie es mejor ni más grande que tú. Que todos somos una obra de arte y el arte se crea para ser expuesto. Que se note que ahí habéis llegado tú y tus maneras y nada ni nadie podrá contigo. Pero nunca te olvides que la grandeza se mide también con cómo de grande eres con los demás.

Que en el fondo tienes la respuesta que siempre has querido tener. Está dentro de ti. No importa la edad que tengas que tu conciencia siempre tendrá sus dosis de sabiduría.

Que no nacemos con un manual que detalle a la perfección el método a seguir para no dejar el amor propio en el cajón del olvido pero podemos aprender la técnica. Que hay que saber decir “no”, que a veces es mucho más importante que decir “sí”.

Que las cosas tienen que fluir y ser sencillas y, si no lo son, no merecen la pena. Regla básica: si no es fácil, no tiene que ser. Pocas excepciones hay.

Que hay circunstancias en la vida que toca ponerse a uno mismo por delante, por egoísta y mal que suene. Es así, y es por ti y por tus compañeros. El arte de saber querer a los que te rodean es poder identificar esas situaciones.

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Que el sexto sentido hay que explotarlo. Tiene que dejar de ser el espejo de lo que sabemos y no nos permitimos creer y convertirse en nuestro guía. Ten paciencia que el tiempo es una máquina de dar la razón de manera incansable.

Que cuando salta la alarma, no hay que ponerse los cascos con cancelación de sonido. Es tentador hacerse el sordo pero llegará el día en el que ruido sea tan fuerte que nada lo bloqueará. No dejes que llegue ese día.

Que hay que ser fiel a los valores y nunca, nunca, nunca hay que cambiar por otro. Una persona tiene que tener personalidad, la propia palabra lo implica. Punto. Si has sido creado como único e irremplazable, ¿por qué ir en contra de la propia naturaleza?

Que nunca hay que dejar de lado cierta racionalidad. Que la cercanía es muy bonita pero puede nublar la vista.

Que hay que saber levantarse después de una derrota pero, más importante aún, hay que saber caer, por amargo que sepa. Cuanto antes aprendas mejor porque la vida es una carrera de obstáculos y nunca hay dos sin tres.

Y que la mejor inversión en tiempo es dedicártelo a ti mismo haciendo lo que a ti te gusta. Estando solo o acompañado, como más te apetezca. Que tu vida es tuya y no hay segundas vueltas. Aprovéchala, juégatela y, sobre todo, vívela.

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– Z

Fotografías: Anónimo, Anónimo, Georgette Crimson, Anónimo

La historia de nosotros (si tú no fueses tú y yo no fuese yo)

I never tried to trick you babe
I just tried to work it out
But I was swallowed up by doubt
If only things were black and white

– Marcus Mumford

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Esta es una pequeña reclamación de lo que fuimos, un recordatorio para dejar constancia que el tiempo tiene la mala costumbre de hacernos olvidar los hechos.

Es un pensamiento caducado de un día gris, que a mí me llega cuatro años tarde y a ti ni se te habrá cruzado por la mente.

Es la duda en papel de qué hubiese pasado si nos hubiésemos llamado una vez más después de aquel adiós traducido en corte de respiración.

No es más que un juego de la imaginación, que tarde o temprano siempre acaba traicionando y crea escenas de película que jamás sucederán.

Esta sería, simple e íntimamente, la historia de nosotros, si tú no fueses tú y yo no fuese yo.

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Viviríamos lejos, eso sin duda. Nos la habríamos jugado juntos, como hacen los equipos de verdad. Me fui e hicimos lo que mejor se nos pudo dar: ser el estereotipo fiel de lo que pasa con la distancia. La versión imperfecta. El ejemplo a no seguir.

Nos despertaríamos por las mañanas juntos con ganas de vivir. Yo no me escaparía por tu ventana y tú habrías logrado cumplir tus sueños. Ahora caigo por primera vez en que nunca me llegaste a contar ninguno de ellos. En realidad, no dio tiempo a que me contases muchas cosas. A pesar de ello nunca me quise despegar de ti, aunque tres semanas antes ni te ponía cara.

Y lo más importante, no habría dudas ni secretos, ni dobles juegos ni puertas traseras que siempre llevaban a la misma habitación. A los veinte nos mantenían con el corazón acelerado hasta las mil pero, después, tú te agarraste de más a ellos y a mí me empezaron a sobrar. Todo estaría bien porque tú seguirías estando en un pedestal para mí y yo seguiría siendo lo más bonito que habías visto y verías en tu vida. Tal cual. Sin más complicaciones ni dilaciones.

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Y no necesitaríamos mucho más. Todo así de fácil. Habríamos encontrado el equilibrio perfecto entre tu carácter y el mío, por inexistente que resultó ser. Habría cobrado sentido eso del ying y el yang.

No nos habríamos perdido en los detalles, a los que quizás les dimos demasiada importancia. Habríamos apostado un poco más por nosotros y un poco menos por todo lo demás. Nos habríamos dado cuenta a tiempo de que las cosas buenas hay que cuidarlas como si se tratase del cristal más fino y el orgullo existiría en otra dimensión que no fuese la nuestra. Habríamos sabido distinguir entre beber para recordar o beber para olvidar. Quizás habríamos jugado a otro juego más equilibrado y nos habríamos dado cuenta de que la suma de uno y uno debería ser dos, no tres. No nos habríamos dejado la piel en batallas perdidas ni en guerras invisibles. Todo habría sabido un poco menos a ceniza, las heridas habrían sido menos profundas y los problemas más superficiales. Habríamos pedido permiso en vez de pedir perdón y habríamos sabido distinguir perfectamente la diferencia entre lo correcto, a lo que yo le prestaba mucha atención, y lo adecuado, de lo que tú no habías oído hablar jamás. Habríamos triunfado, a pesar de nada, y habríamos conseguido tachar juntos en el calendario un amanecer más.

Se pueden establecer muchas teorías en cuanto a lo ocurrido, y créeme cuando te digo que habré construido infinitas. Quizás lo alargamos y desgastamos demasiado o a lo mejor era algo que en el comienzo ya estampamos una fecha de caducidad.

Pero lo único que sé seguro es que no nacimos con freno y marcha atrás.

Que ir a mil por hora era pura adrenalina.

Y que pasó lo que pasó precisamente porque tú fuiste tú y yo fui yo.

– Z

 

Fotografías: Anónimo, Catherine Deneuve en el set de Les parapluies de Cherbourg (1964)

La importancia de decir adiós

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Quedemos para hablar. Quedemos para hablar de nosotros. Volvamos a intentarlo, que por un quinto ruedo ya no queda lugar para matarse un poco más de la cuenta.

Hablemos en a ese lugar. No me preguntes cuál, lo sabes sin que lo diga. Ese lugar nuestro en el que se nos olvida la importancia de decir adiós.

Y ahí podemos pintar una historia paralela, un nosotros que nunca fue pero que irónicamente siempre será. Podemos pensar que es posible sentir el tacto a kilómetros unos cuantos centímetros más cerca. Podemos imaginarlo, no hay que esforzarse mucho, solo si nos olvidamos de que yo no soy de dar de más y tú ya estás de menos.

Pero, venga. Decidido. Nuestra historia paralela.

Cuéntamela de tal manera que, si supera la ficción, será realidad. Cuéntamela con esa canción que me gusta de fondo. Sin prisas. Saborea las palabras. Así es más fácil engañarme y hacerme creer que nuestra suma a medias sí que puede acabar de formar un todo.

Y, mientras me la narras, haz eso que se te da tan bien. No me ligues, conquístame. Volveré a caer y lo sabes. Esos ojos revueltos y esa sonrisa torcida serán suficiente distracción. Y, si te da miedo contarla en alto por eso que dicen que las palabras habladas se convierten en verdad, escríbemela. Que escribir es besar con la mente, y tus besos están en mi lista persona de éxitos de verano.

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Descansemos de la culpa y la traición. Desconectemos. Off. Creo que eso se nos puede dar bien y, si no es el caso, no pasa nada, sólo nos ven las azoteas y las estrellas. Somos invisibles, aunque definitivamente no invencibles.

Pero no dejes de contarme nuestra historia de lo que pudo ser. Siempre me gustó el tono de tu voz. Ábreme los ojos de par en par y así yo me soltaré la melena y me pondré el disfraz de las noches de sábado, ese que insinúa ser para otros pero grita a más no poder “sólo para ti”.

Pero sobre todo dame de golpe en el centro de mis debilidades, en mi diana, que yo te devolveré el tiro. Transforma mi realidad pero en una justa medida. No te vengas arriba con el calor.

Inspírame una vez más. Haz que escriba. Haz que me vuelva a encontrar en este lugar. Provoquemos nuestra primera despedida, como dirían los últimos románticos, que sino esto no es ni será una locura real. Y cuéntame esa ficción de cómo nos escaparemos a la casa de tus padres en la playa. Sin que nadie lo sepa cogeremos el coche y desapareceremos del mapa. Veremos de todo porque viajar contigo no es hacer turismo.

Y ahora, a modo de gran final, déjame que te parta el corazón, y a cambio anúdame la garganta. Ya no me acuerdo bien de quién es el turno. A lo mejor esa es la razón por la que volvemos siempre.

Y cuando hayas acabado de contarme cómo funcionará todo esto, no me des media hora más, dame la historia de mi vida. Acaba por prometerme que cuando pases por ese bar siempre te acordarás de mí y yo juraré guardarte un lugar eterno, por mucho que me duela.

Y, aunque pueda que no pueda ser, aunque tenga final firmado y le queden dos segundos para esfumarse en humo, quiero que esto, sea lo que sea, merezca una amarga pena.

– Z

Fotografías: Anónimo, Anónimo

El primer día del resto de mi vida

Recuerdo que hacía frío y que era ya de noche. Me acuerdo la sensación de pereza, de no querer ir a esa cena, de que yo estaba muy a gusto en ese bar, con una copa en la mano y las ganas de bailar en la otra, y lo último en mi lista era ponerme seria para ir a un restaurante. Hoy doy gracias por pensar en ese momento que la gente que cancela en el último momento es detestable. Por eso cogí el abrigo y fui a la dichosa cena. Llegué al restaurante tarde pero aun así era la primera de todos. Si no recuerdo mal, era el comienzo de mi etapa de obsesión con el vino así que me pedí una copa, para amenizar la espera. Podría contarte mil detalles más de esa noche pero hay uno que sé que jamás se me olvidará: el momento en el que vi que tú me miraste. Y ahí lo supe. Tú ya me entiendes.

Se me hace gracioso pensar que durante años nos relacionábamos a base de “holas seguidos”, esos en los que te encuentras a alguien en el pasillo, saludas brevemente y sigues andando porque en realidad nunca te llegaste ni a parar. Y una noche de diciembre, sin aviso previo, después de años sin contacto alguno, nos re-conocimos.

Y lo demás ya quedó entre tú y yo.

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Porque a partir de ese día por primera vez el contador sumó en positivo. Por primera vez las cuentas salían. Por primera vez no era ciencia ficción, sino realidad. Por primera vez supe que podía arrancar y que me podía embalar, olvidándome de los frenos y divirtiéndome, no con la brisa, sino con un huracán en la cara a mil por hora.

Es que entraban ganas de irse a cualquier otra parte, con tal de que fuese única y exclusivamente contigo. La idea era firmar un contrato de ausencia indefinida y desaparecer del mapa. Y por el camino convertirnos en el mejor equipo de dos que jamás hubiese existido. Porque no, necesitábamos a nadie más. Porque sí, era una superación de expectativas constante.

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Esa sensación de haber encontrado el “punto y final” no era pura corazonada, sino es que simple y llanamente ya no había sitio para más puntos. Todo lo habías llenado tú.

Hay veces que después de tantas decepciones has enterrado ese sentimiento tan profundamente que se encuentra casi en el centro más oscuro de tu ser, y en teoría es imposible que salga algo nuevo. Digo teóricamente porque si resulta que se entierra en un buen suelo, dará lugar, en el momento justo, a que crezca algo genial. Algo que supere a todo lo anterior con tal magnitud que será imposible comparar porque eso sí que es jugar en primera división y todo los demás simples partidos de aficionados de domingo por la mañana. Get ready to get your mind blown.

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Bienvenido a mi lista de obsesiones, de seres permanentes y triunfos inminentes.

El día que te sentaste en la mesa de ese restaurante fue el momento en el que empecé a desempolvar palabras y reinventarlas, dándoles un nuevo significado. “Ir a cenar” ya no era comer con cualquiera sino experimentar el mayor de los subidones contigo. Los “nervios” no eran algo que se experimentaba antes de un examen o una entrevista, sino los veinte elefantes, que no mariposas, que se materializaban en mi estómago cuando te veía. Y la “ginebra” no era ese vaso que tenía el don de convertir la noche en prometedora, sino el recuerdo del sabor de nuestro primer beso.

Contigo aprendí que a veces los mejores momentos de nuestras vidas son aquellos que transcurren en silencio. Que las palabras suelen sobrar. Y las formas también.

A tu lado todo me sabía a poco, “más” nunca era suficiente y “ya” llegaba media hora tarde.

¿Y qué decirte que no hubieses intuido ya? Hacía ya tiempo que te había entregado el mapa de mi alma. Que eras mi presente y no había día sin ti. Ni hora ni minuto, para qué engañarse. Hacías que eso de la telepatía, la conexión, la chispa fuesen cosa del día a día. E, irremediablemente, sólo siendo tú, conseguiste que te quisiera de una forma inexplicable y ya no existía palabra en el vocabulario español capaz de describir lo que eras para mí.

Había veces que intentaba que no me gustases, y sólo sentía más. Me encantabas y me encantaba que me encantases. La mejor sensación era la de tenerte muy cerca y pensar que sería genial que algún día estuviésemos tan pegados hasta el punto de fusionarnos. Me enamoraba tu sonrisa, tan especial, tan para mí. Tu sello de identidad. Me gustaba cuando nuestros ojos se fijaban y, sin haber abierto la boca, nos lo habíamos dicho todo. Me encantabas incluso con barba, que fíjate que la odiaba porque me lijaba la cara. Me encantabas aquí y allá, lejos y cerca, pero cuanto más cerquita mejor.

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Y te hablo en pasado porque es que hoy describir el ir a cenar contigo como un subidón se queda corto, los veinte elefantes son ahora ochenta, nuestro equipo se está perfeccionando y el momento de irnos a cualquier otra parte de forma indefininda se aproxima, los besos no tienen uno sino un millón de sabores y recuerdos, la primera división se nos quedó pequeña hace mucho, ese «punto y final» ocupa todo el horizonte, el huracán ya ni lo noto porque esto lo superó hace bastante tiempo y los «holas seguidos» se han transformado en un gran «me quedo«.

– Z